martes, 31 de octubre de 2017

Amor de mar




Arropada entre sus brazos el mundo se paró. La manecilla del reloj empezó a dar vueltas sin sentido y las gaviotas dejaron de cantar, o al menos eso me pareció. Me apoyé tímidamente en su pecho. El sonido de su corazón se mezclaba con el tenue arrullo de las olas. Recé a Dios para que ese sonido nunca acabara. En ese momento tenía tanto que decirle, pero ante la emoción no era capaz de desnudar mi alma . Tan solo sentir la calidez de su cuerpo y una brisa enredando mi cabello me bastaba para saber que no estaba en ningún sueño. El aroma de la sal me embriagaba mientras él dirigía  mi rostro hacía el suyo. Su boca empezó a buscar lentamente la mía. Cuando noté su respiración tan cerca un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Era incapaz de mirarle a los ojos. ¿Realmente sentiría lo mismo que yo? Avergonzada, aparté mi rostro  de él evitando que sus labios rozaran los míos.
Pasamos unos minutos mirando el vaivén de las olas en silencio. Por fín, él sonrojado se atrevió a hablar.
—Me duele tanto tenerte y no tenerte. Pero esperaré. No me imagino una vida sin ti.
Oír eso hizo estremecerme. Por el rabillo del ojo pude comprobar como un reflejo brillante caía por sus mejillas. Su dolor penetró fuertemente en mí armándome de valor e hizo que rozara  suavemente mi mano con la suya. Cuando giró  su cabeza hacia mí, pasé mis dedos  por sus mejillas acariciando las lágrimas que caían por sus surcos. Esa fue la primera vez que fui capaz de sostenerle la mirada. Por fin estaba segura. Y fue allí como, temblando y vulnerable, cumplí lo que siempre me había prometido: Que mi primer beso fuera con aquel que recibiera también el último.